Una de las claves de la degradación de las masas de agua dulce radica en la deforestación y la expansión de la llamada “frontera agropecuaria”. La tala de millones de hectáreas de bosque primario, con el apoyo frecuente de los correspondientes gobiernos, suele producirse bajo la presión combinada de intereses madereros, ganaderos y agrarios vinculados a la exportación. Tales procesos de deforestación, más allá de atropellar los derechos de las comunidades indígenas, suelen conllevar un rápido empobrecimiento de suelos, que suelen ser particularmente frágiles. Generalmente, por ello, se producen fenómenos erosivos que conllevan a su vez la reducción de infiltraciones en los acuíferos y fuertes aumentos de la escorrentía. Ese aumento en el ritmo de drenaje y la reducción de la capacidad retentiva de agua del territorio reducen las reservas en estiaje y aumentan las vulnerabilidades de las comunidades ante los ciclos de sequía. Por otro lado, se producen fenómenos de colmatación masiva de los cauces por los sedimentos procedentes de los citados procesos de erosión, lo que incrementa los riesgos de inundación en zonas ribereñas aguas abajo. Se producen, en suma, muchos efectos sinérgicos que multiplican los impactos y la vulnerabilidad de las comunidades, tanto frente a las sequías como frente a las crecidas fluviales.
El autor se muestra en contra de la deforestación, principalmente, porque