No nos atrevemos, Cid, o darte asilo por nada,
porque sinos perderíamos los haberes y las casas,
pederíamos también los ojos de nuestras caras,
Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santos.
Esto le dijo la niña y se volvió hacia su casa.
De los anteriores enunciados de la abra Cantor del mío Cid, se infiere que el